



La leyenda del heavy metal Ozzy Osbourne, fallecido a los 76 años, no solo dejó una huella imborrable en la música. Tras cinco décadas de carrera, el Príncipe de las Tinieblas construyó además un imperio empresarial que lo convirtió en uno de los rockeros más ricos del mundo.
El vocalista de Black Sabbath supo convertir su imagen y talento en millones. Vendió más de 100 millones de discos, protagonizó un reality show millonario, fundó un festival de heavy metal y hasta incursionó en negocios tan singulares como una línea de maquillaje gótico y la venta de su propio ADN.
La carrera de Ozzy Osbourne fue tan prolífica en lo comercial como en lo musical. A junio de 2025, su patrimonio neto se estimaba en unos 220 millones de dólares, de acuerdo con el medio financiero británico Finance Monthly. Esa fortuna se cimentó en décadas de giras mundiales y en la venta de más de 100 millones de discos entre su etapa solista y con Black Sabbath.
Osbourne también canalizó sus ingresos a través de empresas propias: su firma Monowise Ltd llegó a generar cerca de 6,500 dólares diarios en ingresos, pagando más de 570 mil en impuestos corporativos en un solo año.
La visión empresarial de Osbourne quedó patente con Ozzfest, el festival itinerante de heavy metal que creó en 1996 junto a su esposa Sharon. Este evento anual revolucionó las giras del género, convirtiéndose en un fenómeno global que impulsó a decenas de bandas emergentes y redefinió el negocio del metal.
Durante sus distintas ediciones, Ozzfest generó más de 100 millones de dólares en ingresos, sumando la venta de boletos, mercancía oficial y patrocinios. La iniciativa no solo llenó estadios, sino que consolidó a Ozzy como un astuto empresario musical capaz de convertir su marca en una plataforma rentable.
Otra faceta lucrativa fue su salto a la televisión. En 2002 la cadena MTV estrenó el reality show “The Osbournes”, que mostraba la caótica y pintoresca vida familiar de Ozzy, Sharon y sus hijos. El programa se convirtió en un fenómeno de audiencia internacional y relanzó la imagen de Osbourne ante toda una nueva generación. Además de la fama, el reality dejó importantes ganancias: se estima que la familia Osbourne obtuvo hasta 20 millones de dólares por las cuatro temporadas del show.
Tras ese éxito, Ozzy continuó apareciendo en especiales de TV, documentales y programas tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, obteniendo jugosos ingresos por cada colaboración.
La mercadotecnia también fue parte del imperio de Ozzy. Su apodo de Príncipe de las Tinieblas y su estética singular se convirtieron en una marca registrada explotada en infinidad de productos oficiales: desde camisetas, gorras y figuras coleccionables hasta una línea propia de NFT lanzada en 2022.
Osbourne supo mantener vigente su nombre mediante licencias, publicidad y colaboraciones estratégicas con artistas emergentes (llegando a trabajar con figuras del pop como Post Malone). Cada acuerdo comercial o licencia de imagen sumó a la fortuna de Ozzy, demostrando una habilidad innata para capitalizar su leyenda más allá de los escenarios.
Detrás del éxito empresarial de Ozzy estuvo siempre Sharon Osbourne, su inseparable esposa y mánager. Hija del veterano promotor de rock Don Arden, Sharon tomó las riendas de la carrera de Ozzy tras su expulsión de Black Sabbath a finales de los 70, logrando que despegara como solista.
En 1982 se casaron, consolidando una sociedad personal y comercial única: Sharon funcionó muchas veces como un salvavidas para Ozzy cuando todo parecía naufragar, rescatándolo de adicciones y guiando sus decisiones profesionales más importantes. Juntos fundaron Ozzfest en 1996, y durante décadas Sharon negoció contratos, gestionó giras y cultivó la marca “Ozzy”, ganándose el reconocimiento como la aliada perfecta tanto en el amor como en los negocios.
Aun en sus últimos años, Osbourne siguió innovando en los negocios. Tras retirarse de los escenarios por motivos de salud, incursionó en la industria de la belleza al asociarse con la firma británica Jolie Beauty para lanzar una línea de maquillaje de estética gótica inspirada en su icónica imagen. Y pocos meses antes de su muerte, sorprendió con una jugada de marketing extrema: colaboró con la marca de bebidas Liquid Death para vender una colección limitada de diez latas de té helado que él mismo había bebido, cada una impregnada con trazas reales de su ADN en el borde.
Las latas, ofrecidas a 450 dólares cada una y presentadas en recipientes sellados y firmados por Ozzy, se agotaron casi de inmediato. La campaña incluso bromeó con que, cuando la ley lo permita, los fans podrían usar ese ADN para intentar clonar al “Príncipe de las Tinieblas” en el futuro.
La partida de Ozzy Osbourne deja una doble enseñanza. Por un lado, su legado musical es indiscutible: como vocalista original de Black Sabbath y exitoso solista, deja clásicos imborrables que definieron el heavy metal y lo consagraron como una de las voces más grandes del género. Por otro lado, su trayectoria demuestra que una estrella de rock puede trascender el ámbito artístico y triunfar también como empresario.
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Osbourne supo convertir su imagen y talento en millones, diversificando sus fuentes de ingreso sin perder autenticidad. Su historia prueba que el rock y los negocios no están peleados: con visión, creatividad y apoyo (como el que obtuvo de Sharon), logró transformar escándalos y excentricidades en oportunidades comerciales.
A sus 76 años, Ozzy se despide dejando una huella indeleble en la industria, no solo con su música inmortal sino también con un modelo de negocio digno de estudio, recordándonos que la pasión por el arte puede ser también un gran negocio.